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     Sobre mí, el cielo. Bajo los pies, todos los caminos recorridos y por recorrer. Con vocación de flâneur, me atrae deambular, caminar con la brújula de la intuición y la curiosidad.

     De memoria a veces errática, compenso estableciendo conexiones. Me gusta jugar con las palabras, los dobles sentidos, incluso en ocasiones desvariar. 

     Cada noche veo una película, o si el sueño aprieta, en dos o tres. Voy al cine si la cartelera me tienta. Tengo debilidad por los libros, leer, tocarlos, subrayarlos, acompañarme de esos lomos arrugados que en mayor o menor medida también han arrugado mi materia gris.

     Me fascina observar la luz del sol que se filtra a través de los árboles, creando una hipnótica danza de luces y sombras sobre la pared o el suelo. Komerobi, según los japoneses. Prestar atención al inframince, evocador término aportado por Duchamp para referir esos frágiles acontecimientos extraídos de la experiencia cotidiana en tensión hacia la desaparición; matices percibidos en el mundo, bellos por su fragilidad. Efímeros. Mis fotografías van en esa línea, mayormente...

 

     Encuentro estimulante la desafiante honestidad del Tangram. Puedo formar centenares de figuras siempre con siete piezas. Nunca falta ni sobra ninguna. Sencillamente hay que ser flexible, probar posiciones y saber combinarlas. No fiarse de las apariencias. A veces engañan.

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